Las redes se han llenado y las autopistas de la comunicación se han atorado estos últimos días. Sucede de vez en cuando ante un acontecimiento religioso; muy raras veces ante la muerte de un obispo. ¿Y por qué, entonces, escribir una nota más? Por dos motivos: Para tratar de explicar por qué la muerte de Pedro Casaldáliga desborda los ámbitos eclesiales e inunda –como los ríos de su querida Amazonía- espacios de la sociedad civil. Y para que ustedes, observadores, refuercen su práctica de descubrir el por qué determinados acontecimientos religiosos tienen una gran implicancia social.
1) Con la Muerte del obispo Pedro Casaldáliga se nos va uno de los últimos “profetas del posconcilio”, de esa Iglesia que, en Medellín, en 1968, optó por los pobres en América Latina. Pedro Casaldáliga lo hizo con una sencillez y una radicalidad tales que no dejó –en 50 años de obispo- tranquilos, un solo día, a los poderosos de Brasil, del continente y del mundo. Con su testimonio de vida y su poesía al hombro, cada día se convertía en “parlante de Dios”, para decirnos que este mundo no era el que Él quería y que otro mundo –más humano, más fraterno y más solidario- era posible.
Le trajo consecuencias serias: quisieron callarlo, quisieron deportarlo, quisieron matarlo ¡sus pobres lo defendieron! Tuvo que renunciar a volver a su tierra, su Cataluña-España natal, incluso ante la muerte de su propia madre, (¿en parte por miedo a que las autoridades no le permitieran entrar a Brasil a la vuelta?). Su sola presencia, su vida y su poesía eran el mejor símbolo de la profecía: la denuncia de esta sociedad injusta y el anuncio de ese otro mundo posible.
Y ello hasta su muerte: ésta –sin que él hiciera nada por ello- ha roto todas las barreras eclesiales para convertirse en un evento latinoamericano y mundial. No tiene desperdicio ese diálogo final que el propio Pedro Casaldáliga establece con Dios:
“Al final del camino me dirán:
-¿Has vivido? ¿Has amado?
-Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres”.
En el corazón de Pedro cabían los nombres de todos los pobres y los que se solidarizaran con ellos.
2) Y es importante que nosotros, bautizados, “gente de iglesia” nos acostumbremos a descubrir las implicancias sociales y hasta políticas que tienen determinados gestos, determinados hechos religiosos. Nada más religiosa que la vida cotidiana de un obispo de la Amazonía, perdido allá entre sus miles y miles de jornaleros –los “sin tierra”-, meditando mirando al Araguaya, rezando con sus gentes, escribiendo sus poesías inofensivas.
Pero ni esa vida ni su muerte podían pasar desapercibidas: gozosamente para unos, aguijón molesto para otros. Es por eso que un conocido teólogo español, José M Castillo, pudo escribir recientemente:
“¿De cuántos obispos, cuando se nos van de este mundo, se puede decir que nos dejan esta memoria del Evangelio? Por esto, sin duda alguna, se puede asegurar que la muerte del obispo Casaldáliga nos deja una impresión con la que quedamos marcados para siempre”.
Sí a muchos, en la iglesia latinoamericana, en la iglesia universal, la Vida y Muerte de Pedro Casaldáliga ha marcado para siempre. Ojala también a nosotros. Sólo él -pastor con 92 años de vida y 50 de obispo- sin que signifique pose ni presunción, puede descansar en una tumba normal, abierta en la tierra, frente al río Araguaya, en medio de un peón y una prostituta.
– Artículo escrito para el boletín de análisis “Conectando” del Observatorio Socio Eclesial.
Deja una respuesta