Por Jacqueline Fowks
El sacerdote diocesano Carlos Castillo Mattasoglio será ordenado obispo y arzobispo de Lima el 2 de marzo. Su paso de cura de parroquias pobres a autoridad de la arquidiócesis, decidido por Francisco I el viernes 25, expresa la idea del papa de cómo debe ser la iglesia católica en un mundo descompuesto, en el que ésta debe buscar su misión. Es un sociólogo y teólogo de 68 años, de quien sus conocidos destacan la cercanía con los jóvenes. Y quienes lo escuchan en misa o en corto, aprecian su sencillez para comunicarse y dar esperanza.
Monseñor Castillo será también un cambio para la capital peruana, al suceder al cardenal Juan Luis Cipriani, miembro del Opus Dei, cercano al fujimorismo y áspero crítico de la igualdad de género. El nuevo arzobispo procede de otra cantera, es amigo de uno de los fundadores de la teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez; y en el círculo católico lo ven como un seguidor del ex arzobispo de Lima, Juan Landázuri, un franciscano que dedicó su atención a los entonces llamados pueblos jóvenes (asentamientos humanos), entre 1955 y 1989.
El expresidente de la Conferencia Episcopal Peruana, el jesuita Luis Bambarén, recordó a Landázuri en la presentación de Castillo como arzobispo nombrado y tuvo un gesto que emocionó a todos los presentes cuando le regaló el báculo que heredó de aquél.
“Me parece justo que te lo dé, casi no lo he usado porque lo respeto. Él te recibió en el seminario y te ordenó sacerdote, lo hago con alegría porque después de 67 años eres el primer diocesano nombrado arzobispo de Lima”, dijo Bambarén.
Castillo, hijo de un guardia civil, ha vivido 34 años como laico comprometido con el catolicismo, pese a que al concluir secundaria pensaba ser sacerdote. En un testimonio sobre su trabajo como laico en la era Landázuri, escribió que durante un retiro, a los 15 años de edad, entendió la importancia de tomarse un tiempo antes de formarse como religioso.
Estudió sociología en la principal universidad pública de su país, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y en ese período fue líder de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos. Al graduarse, partió a Cerro de Pasco, un asentamiento minero de la sierra central, a trabajar cinco años como profesor. Luego se formó como sacerdote y doctor en teología en Roma, donde vivió ocho años, y al volver a Perú le pidió al arzobispo que no lo enviara a una parroquia de la clase adinerada. Su destino fue la Tablada de Lurín, uno de los arenales del sur de Lima donde surgía una nueva barriada. Allí, a fines de los años 80, creó una pastoral de jóvenes.
Posteriormente, fue párroco de la iglesia San Lázaro, donde se ubicó el primer leprosorio de Lima en el tiempo del virreinato, y de la parroquia Virgen Medianera, en un barrio construido por invasores al lado de un basural, en un barranco que da al río Rímac. En el último año ha sido párroco adscrito a San Francisco Apóstol, en el distrito del Rímac, y ofrece su misa principal dominical al aire libre, en un parque, donde comparte espacio con los usuarios de una cancha de fulbito y una pista para patinetas.
“El Papa dice que tenemos que estar donde están los nuevos relatos, no podemos evangelizar diciendo aquí están las normas. Todo lo que está bellamente presente, pero también los relatos de las personas maltratadas, o en ese juego bonito (de fulbito), o en esos patinajes, se está alabando a Dios”, dijo en la primera de las misas que celebró el domingo.
“Traduce el evangelio de acuerdo a la necesidad del pueblo, es muy allegado a personas de la clase media o baja, no alta”, señala a EL PAÍS Jorge Mogollón, uno de los vecinos responsables de la capilla nómade que cada domingo arman y desarman en el parque Juan Ríos. Alberto Olavarría, un feligrés de 73 años que lo ha escuchado cinco domingos, añade: “Nos da bastante confianza, es cariñoso, y brinda una esperanza de desechar el hambre, la miseria y tanta delincuencia”.
La prensa consultó al presbítero cuál será su mensaje contra la corrupción y los feminicidios en Perú. “La herida que ha dejado el machismo es tremenda, y no es posible que sigamos siendo así, tenemos que recapacitar: eso no se soluciona solo con leyes y sanciones. Los peruanos nos engañamos por falta de reflexión, tenemos una serie de heridas y no queremos verlas”, afirmó.
“Sobre la corrupción y el feminicidio hay que sancionar, investigar, pero sobre todo hay que cambiar las bases que permiten eso. Es necesaria una reeducación como país, no solo en la escuela y la familia; hay que introducir un elemento que falta en el país, el discernimiento”, acota.
Gracias por este texto más vivencial que he leído sobre el nuevo Arzobispo, y que conocí en la UNEC anunciando buenas nuevas para los jóvenes universitarios.