Por Fernando López, SJ

Sínodo significa “caminar juntos” que, en la Amazonía -red fluvial mayor del mundo- podríamos traducir por “remar juntos” para “pescar juntos”.

El papa Francisco inicia la primera sesión del Sínodo escuchando a los pueblos indígenas de la Amazonía en Puerto Maldonado, Madre de Dios (19-01-2018). “He deseado mucho este encuentro, quise empezar por aquí la visita a Perú”, les dice. Con una presencia profética y una actitud de escucha profunda, el papa acoge el dolor y el clamor de los indígenas. Ellos le piden enérgicamente que los defienda. Así lo expresa Yesica Patiachi, del pueblo Harambut: “¡Le pedimos que nos defienda! Los foráneos nos ven débiles e insisten en quitarnos nuestros territorios de distintas formas. Si logran quitarnos nuestras tierras podemos desaparecer… Queremos que nuestros hijos estudien, pero no queremos que la escuela borre nuestras tradiciones, nuestras lenguas. ¡No queremos olvidarnos de nuestra sabiduría ancestral!”

Francisco responde a este clamor denunciando proféticamente la situación de violencia que sufren actualmente la Amazonía y sus pueblos indígenas, debido al sistema económico capitalista depredador y “ecocida” impuesto en la región: “Probablemente los pueblos originarios amazónicos nunca hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora. La Amazonía es tierra disputada desde varios frentes: por una parte, el neo-extractivismo y la fuerte presión por grandes intereses económicos que dirigen su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro, monocultivos agroindustriales.”

En la ocasión, el papa denuncia particularmente la situación dramática de los más vulnerables, los Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario o “Pueblos Indígenas Libres” (como los denomina el Consejo Indigenista Misionero – CIMI, Órgano de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil): “De esta preocupación surge la opción primordial por la vida de los más indefensos. Estoy pensando en los pueblos a quienes se refiere como “Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario” (PIAV). Sabemos que son los más vulnerables de entre los vulnerables. El rezago de épocas pasadas les obligó a aislarse hasta de sus propias etnias, emprendieron una historia de cautiverio en los lugares más inaccesibles del bosque para poder vivir en libertad. Sigan defendiendo a estos hermanos más vulnerables. Su presencia nos recuerda que no podemos disponer de los bienes comunes al ritmo de la avidez del consumo. Es necesario que existan límites que nos ayuden a preservarnos de todo intento de destrucción masiva del hábitat que nos constituye.”

En medio de esta situación crítica y sin precedentes en la que están hoy los pueblos indígenas amazónicos, sopla con fuerza el Espíritu del Dios de la Vida en la Amazonía y sus pueblos tradicionales. Vivimos un tiempo de kairós Amazónico en medio de una coyuntura eclesial y social muy difícil. Es tiempo de kairós a pesar de la vergonzosa y dolorosa situación eclesial con todos los casos de abusos y pederastia que exigen una urgente y profunda limpieza y purificación, una radical conversión. Este tiempo del Espíritu se da también en medio de toda esa difícil coyuntura político-económica regional y global, donde la “dictadura del capital” y los extremismos se imponen (de todo signo, de “derecha” o de “izquierda”, por usar un lenguaje clásico), doblegando y poniendo de rodillas servilmente la Política y su horizonte de búsqueda incesante de la justicia, la equidad y el bien común, “buen vivir – buen convivir” para los pueblos indígenas.

Son varios los signos del Espíritu que, como siempre, irrumpen desde las “periferias” geográficas, existenciales y simbólicas del mundo (no desde el “centro”). La novedad, una vez más, nace desde los “márgenes”, desde las “Galileas”, desde el “pesebre”, desde la Amazonía y sus pueblos indígenas históricamente relegados, excluidos y explotados. Por citar algunos elementos de este kairós Amazónico que podemos identificar en estos últimos años:

La elección del propio papa Francisco (2013) es un signo que marca un nuevo tiempo eclesial. Una Iglesia que intenta volver a ser pobre y sencilla, profética y audaz, que camina con los “heridos” y “descartables”, una Iglesia “hospital de campaña”, con misioneros y misioneras con “olor a oveja” y que se la juegan y arriesgan por defenderlas de los “lobos”. Una Iglesia que vuelve a centrarse en el Evangelio de Jesús, en su Reino de Amor y Justicia, en el perdón y la misericordia de Dios, en el compromiso radical con los pobres y marginados, predilectos del Padre.

La exhortación Evangelii Gaudium (2013), que recupera la dimensión misionera de una “Iglesia en salida”, desinstalada, que sale de su zona de confort, que hace “comunidad en el camino” (Equipo Itinerante), en “intimidad itinerante” y “comunión misionera” (EG 23).

La fundación de la Red Eclesial Pan-Amazónica (REPAM, Septiembre/2014) con su lema “Amazônia: Fuente de vida en el corazón de la Iglesia”. La REPAM propone una eclesiología más en red. “El Reino de los Cielos es como una red que se lanza en el mar para pescar” (Mt 13,47-50); La REPAM es como una red que se lanza en el río Amazonas para pescar… Una eclesiología basada en la colegialidad y catolicidad a partir de las realidades locales y diversas que hay en el mundo; una eclesiología que integra la diversidad como principio teológico trinitario fuente de vida (no como amenaza: “cuanto más diverso, más divino, si se articula en una unidad complementaria”. “Teología de la Diversidad” como principio divino, Teología del Cuerpo (1 Cor 12) con su diversidad de miembros o Teología de los Carismas (1 Cor 13) diversos y complementarios, con un mismo Espíritu y al servicio de la Vida.

La encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la Casa Común (2015) da un marco teológico-pastoral sólido, amplio y profético para la misión geo-política de la Iglesia en el mundo. En esta misión de cuidar suman todos los hombres y mujeres de buena voluntad que se preguntan, “¿qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?” (LS 160). Es misión “geo” porque cuida de la Casa Común, del Planeta; y es misión ecopolítica porque cuida del bien común, “buen vivir-buen convivir”, de todos los seres que habitan esta Casa Común.

En el encuentro del papa Francisco con los pueblos indígenas de la Amazonía en Puerto Maldonado (19-01-2018) el papa escucha a los indígenas, no celebra una misa. Los indígenas le cuentan su situación, rezan cantando y danzando, adornan a Francisco con sus atuendos y le piden que los defienda… El papa los reconoce como interlocutores principales para reaprender occidente el camino del cuidado de la casa común y del “buen vivir – buen convivir” como lo expresan los propios pueblos indígenas de la Amazonía: “Yo vivo bien si tú vives bien; tú y yo vivimos bien si él y ella viven bien; nosotros vivimos bien si el árbol, las plantas y la selva viven bien; si el río y los peces viven bien; si el aire y los pájaros viven bien; si el sol y la luna viven bien; si la lluvia y el viento viven bien; si el cielo y la tierra viven bien; si los espíritus viven bien; si todos los seres con los que hacemos comunidad vivimos bien”. Esta sabiduría ancestral es urgente que la humanidad la recupere antes que deprede y rompa el equilibrio sistémico del planeta.

El papa pide a los indígenas que ayuden a los obispos, misioneros y misioneras a encontrar ese camino de vida, de equilibrio, reciprocidad y cuidado, de “ecología integral” (LS). ¿Pero será que los obispos, misioneros y misioneras se dejan ayudar por los indígenas?

El papa abre la primera sesión del Sínodo de la Amazonía, allí, con los propios pueblos indígenas… ¡Todo un signo profético y evangélico para el mundo!

El Sínodo de la Amazonía (2019) que se realizará en Roma para “amazonizar” el corazón romano de la Iglesia se realiza allí para que sea altavoz potente que denuncia al mundo la violencia que la Amazonía y sus pueblos sufren debido al actual sistema económico capitalista impuesto. Pero también altavoz que anuncia a toda la Tierra el don de la diversidad de la Amazonía y sus pueblos para el equilibrio sistémico del planeta y el cuidado de la vida de todos los seres que lo habitan.

Un Sínodo que intenta mostrar que “una selva sin la otra, no tiene solución”, que si la Amazonía se depreda, el planeta puede romper su equilibrio y quedar comprometida la propia vida. Por eso toda la humanidad, en todas las “selvas” -en las de árboles y ríos, y en las de asfalto y hormigón- debe unir fuerzas para enfrentar las lógicas perversas depredadoras, consumistas y ecocidas, para proponer un paradigma de vida basado en el cuidado y la reciprocidad, en la austeridad, sencillez y simplicidad de vida, en el “buen vivir – buen convivir” como lo plantean las cosmovisiones indígenas, con su “ecopolítica”.

Un Sínodo que propone una Iglesia más plural y diversa, judía con los judíos, europea con los europeos, africana con los africanos, indígena con los indígenas. Una Iglesia más ministerial que reconozca los ministerios indígenas ya existentes en sus culturas, ministros y ministras casados ordenados, etc. Una Iglesia en diálogo intercultural e interreligioso con otras tradiciones espirituales y religiosas amazónicas en las que Dios ya está presente desde antes de llegar la Iglesia hace (apenas) 500 años. Este tal vez sea uno de los desafíos mayores: dialogar, de igual para igual, caminar y aprender juntos, sencilla y humildemente, con las otras experiencias religiosas, místicas y espirituales de los pueblos indígenas y tradicionales de la Amazonía sobre el Misterio de Dios con distintos nombres (Tupá, Omama, etc.).

Un Sínodo que ayude a la Iglesia y al mundo a encontrar nuevos caminos de “desarrollo”: “Ustedes hablan en deforestar nuestra tierra-selva para darnos dinero. Hablan que somos carentes, pero ese no es el desarrollo que conocemos. Para nosotros, desarrollo es tener nuestra tierra con salud, permitiendo que nuestros hijos vivan de forma saludable en un lugar lleno de vida” (Davi Kopenawa Yanomami).

Un Sínodo que nos anime e impulse a aprender con los pueblos originarios su vivencia de la ecología integral, para cuidar de la casa común del planeta y de todos los seres que en ella habitan, como lo viven comunitariamente, desde hace miles de años, los pueblos indígenas de la Amazonía: “En la selva, la ecología somos nosotros los humanos. Más también los son igual que nosotros, los espíritus, los animales, los árboles, los ríos, los peces, el cielo, la lluvia, el viento y el sol. Todo lo que viene de la existencia de la selva, lejos de los blancos; todo lo que todavía no tiene cerca. Las palabras de la ecología son nuestras antiguas palabras (…) nacemos en el centro de la ecología y allí crecemos. Cuando no haya más ningún chaman que sustente los cielos, ellos van a desplomarse” (Davi Kopenawa Yanomami).

Un Sínodo que, al celebrarse en Roma, pretende colocar todas estas realidades en el centro de la Iglesia, en su corazón. Colocar la centralidad de la Iglesia, su lugar de decisión, en la periferia, en el margen. ¿Somos conscientes de lo que esto significa? ¿Por qué?

Porque tenemos mucho que aprender: del cuidado, de ser red, de dialogar con aquellos que viven la ecología integral como legado de sus progenitores, como miembros interligados de un mismo Cuerpo-Casa Común.  Porque precisamos des-centrar la Iglesia del eje centro-europeo y dirigir la barca de Pedro para la margen donde el Resucitado tiene preparada las brasas para asar y comer los peces que ellos mismos pescaron (Jo 21). Porque es preciso este viraje eclesiológico: sentarse a comer junto a los pueblos indígenas, pueblos tradicionales de las diferentes culturas, para comer lo que ellos mismos pescaron, lo que ellos mismos arrastraron en sus redes y les alimentó, por años. Sentarse con ellos, como ellos, para tocar con ellos el Resucitado.

¡Es tiempo de kairós! “Remen mar adentro y echen las redes para pescar” (Lc 5,4).



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