El mensaje del Papa para la Cuaresma 2018 ha puesto la atención en este breve texto del evangelio de Mateo, que es tan cierto, como certero, porque desnuda la crítica realidad que vive el mundo y que sobrepasa ya límites insospechados.
En efecto, pareciera que la maldad se ha institucionalizado casi como modus vivendi y está ganando la partida; no es difícil hacer un recuento: violencia generalizada, el grande sobre el pequeño, hombre contra la mujer, el fuerte contra el débil, el rico sobre el pobre, etc.; corrupción también generalizada, desde presidentes, pasando por empresarios, políticos, dirigentes hasta los ciudadanos; en consecuencia, el asesinato, la marginación, exclusión, inequidad, degradación ambiental, etc. En este contexto, sentimos que la caridad (amor) se enfría y va quedando aislada por la indiferencia, apatía y la acedia egoísta que impide y finalmente apaga la caridad. En el fondo está la avidez y la idolatría por el dinero, que se alza cual dios de nuestro tiempo al cual se rinde pleitesía y reverencia.
El “dulce remedio” que propone Francisco está en la oración, la limosna y el ayuno. La limosna nos libera de la avidez de considerar todo mío y nos hace cooperadores de la providencia divina; el ayuno nos desarma y debilita nuestra violencia, despierta nuestra sensibilidad para estar atentos a los demás; la oración nos descubre ante Dios y ante nosotros mismos.
Cuaresma, por eso, se presenta como el desafío para invertir/cambiar este establishment y reordenar los frentes proponiendo, desde la lógica del amor, que a mayor caridad (recalentamiento del corazón) se puede lograr el enfriamiento de la maldad. Cuaresma es la oportunidad para volver a creer en el amor que está dentro de nosotros, creer que hay amor también en el otro, creer que el amor se contagia y puede expandirse. Es tiempo propicio para asumir una actitud y deseo de conversión creyendo que es posible poner un alto a la maldad, empezando por nosotros.
Edmundo alarcón, SJ
Publicado en La República
Deja una respuesta