Hoy, 6 de Julio de 2021 -como todos los 6 de julio- estamos celebrando en Perú “El Día del Maestro”. Pero este año con algunas circunstancias especiales: estamos aún en plena pandemia y los niños y jóvenes se ven privados de sus clases presenciales “normales”. Para los de los sectores populares, incluidos los cerros que circundan la ciudad capital, Lima, esa condición marca muy negativamente su proceso de aprendizaje: para nadie es secreto que el acceso y manejo de los medios tecnológicos anexos a lo virtual les coloca en inferioridad de condiciones. Así es: aprobarán, pero ¿qué aprenderán?

Coincide este año, además, que estamos en un largo proceso electoral en el que todo hace suponer que el ganador será un maestro rural de primaria, el profesor Pedro Castillo. En condiciones normales ya hace días que lo hubiéramos sabido cierto; esta vez la anormalidad la ha creado la otra candidatura dilatando innecesariamente -en la opinión de muchos de dentro y de fuera del país- todo el proceso. Sí, en medio de la pandemia, en vísperas del Bicentenario, puede ser proclamado presidente del Perú un simple maestro del interior del Ande. Y es, sin duda algo histórico en el Perú y en los países vecinos.

Más aún, para los cristianos, tenemos hoy otra coincidencia importante: en el evangelio del día Jesús devuelve el habla a un sordomudo, supuestamente poseído del demonio. Peor aún, los fariseos (los fieles cumplidores de la ley y la religión) lo interpretan como fruto de un pacto de Jesús con el jefe de los demonios. Para nada aceptan el signo milagroso de Jesús que ha querido que el sordomudo “sea gente”, diga su palabra y que su palabra valga, deba ser escuchada.

¿Pura coincidencia las tres cosas? Podemos verlo así, pero es obvio que resulta fácil e interesante cruzar o ligar las tres cosas. Tarea importante de los maestros es ayudar a que niños y jóvenes crezcan, maduren, se hagan personas. Y eso implica pensar y hablar, desarrollar un sentido crítico y formar opinión sobre todo lo que ocurre alrededor. Todos, seguro, recordamos a algún maestro para el que tenemos inmensa gratitud. Yo, por ejemplo, recuerdo siempre a unos poquitos profesores -me sobran algunos de los dedos de una mano, contando- que “no sólo me enseñaron cosas, sino que me enseñaron a estudiar, a pensar” ¡Y esos son los verdaderos maestros, los que nos hicieron crecer!

Hoy, en Perú, se necesitan esos maestros. Y necesitamos urgente, también, que TODOS escuchemos la palabra de todos y cada uno, la valoremos y reconozcamos. Sin soberbia, sin menosprecio, sin “ninguneo” de ninguna clase. Necesitamos aceptar que todo “mudo” tiene el derecho a hablar y tenemos que agradecer a quienes hagan hablar a esos mudos (ojala todos los maestros lo hagan).

En vísperas del Bicentenario esta triple coincidencia es muy importante. Reconocer que todos tenemos nuestra palabra que decir y el derecho a que nos ayuden a saber expresarla. Reconocer que todos debemos escuchar la palabra de los otros, no importa si tienen más o menos estudios, más o menos títulos, más o menos dinero… Que su palabra vale y que puede encerrar mucha sabiduría (de esa que no se aprende fundamentalmente ni en las aulas ni en los libros sino en la vida, como el sentido común).

Fui, unos cuantos años, maestro en el Perú (estoy jubilado), creo que traté de ayudar a hablar a los mudos y espero muchos alumnos no me recuerden como ogro, sino con gratitud y cariño. Y por eso quiero hoy felicitar a todos los maestros del Perú -también al señor Castillo- y desear que, por encima de todo, intenten hacer que niños y jóvenes sean gente, tengan opinión razonada y crítica, integren los valores de la verdad, la honradez, la generosidad, la solidaridad…y tantos otros. Que nunca tengan que bajar la mirada ni avergonzarse de nada ni de nadie, que la corrupción nunca anide en ellos. Eso, que dejen de ser mudos y sean gente de verdad.

Por José María Rojo



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