En el inicio de la Cuarta Semana de Adviento, el pasado domingo 20 de diciembre, monseñor Carlos Castillo, arzobispo de Lima, comentó que “entramos a la última semana de Adviento, una semana que nos estremece de alegría y de esperanza por el gesto sencillo y delicado que ha tenido Dios para enviarnos a Jesús desde niño, desde el seno de una joven llamada María”.
Refiriéndose a la Primera Lectura del Libro del Profeta Samuel (7, 1-5), monseñor Castillo explicó que la intención del Rey David de construir un templo para Dios, es la misma que tenemos los humanos: “somos agradecidos cuando recibimos algo de Dios, creemos que podemos hacerle una ofrenda, construirle un palacio; sin embargo, el Señor no está muy de acuerdo, porque no quiere permanecer encerrado en una casa, sino quiere habitar en el cielo, en la tierra y en todo lugar, en todas las personas. El Señor quiere hacerse patente para habitar en aquellos que pueden transmitirlo”, señaló.
De otro lado, también habló sobre la situación que se sigue viviendo en el país a causa de la pandemia. “El Dios de lo imposible viene hoy a nuestra ayuda, y tenemos que abrir los ojos, sentir su Palabra, escuchar y hablar con Él. No atolondrarlos en nuestra oración, sino escuchar sobre todo su Palabra, porque nos habla desde lo escondido, especialmente en el rostro del hermano que sufre”, dijo.
En ese sentido, este Tiempo de Adviento es una oportunidad para se desarrolle todo lo bueno y bello que somos como personas: “solo si escuchamos a Aquel que nos creó y nos amó podremos superar nuestros prejuicios y maltratos, ansias y dificultades. Cuando escuchamos la Palabra del Señor rejuvenecemos abrimos nuevos horizontes, rompemos prejuicios, salimos de complejos, empezamos a entender lo bonita que es la vida”, afirmó.
“Que el Dios de lo imposible renueve nuestras vidas y nuestros corazones, y nos haga vivir con alegría, con hermandad, ayudándonos unos a otros, rompiendo las injusticias, las barbaridades, las tragedias que vivimos, el hambre y la miseria que se propagan en todo el país, y que todos abramos nuestros puños para compartir la vida que tenemos”, fue la reflexión final del arzobispo.
Fuente: Arzobispado de Lima
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