Por María Rosa Lorbés
Todos queremos mejores carreteras y caminos, deseamos una mejor educación para nuestros hijos, nos quejamos, justificadamente, de lo cara que es la salud y de lo difícil que es atenderse en el sistema público.
Una de las principales fuentes de recaudación de un Estado en cualquier país es la tributación, es decir los impuestos. Mediante los impuestos todos contribuimos a que el estado tenga posibilidades de responder a los derechos que tenemos todos como ciudadanos.
Los impuestos son, debieran ser, una práctica económica de responsabilidad y solidaridad. Los que tienen más deberían aportar más para que todos podamos beneficiarnos. Es una forma de redistribuir con más justicia la economía del país.
El Perú está entre los países de América Latina en los que la presión tributaria es menor; esto quiere decir que proporcionalmente a la riqueza que se produce en el Perú, el Estado recauda menos. Carecemos de una cultura tributaria. Muchos entre los grandes empresarios buscan esconder o disimular sus ganancias para pagar menos impuestos. Pero también la informalidad, detrás de la cual se escudan muchos peruanos de las clases medias y bajas, indica que muchos piensan que a ellos no les toca aportar nada, solo reclamar.
Algunos dicen que ellos no pagan impuestos porque no saben qué uso se les va a dar. A ellos hay que decirles que la contrapartida fundamental de una cultura tributaria es la vigilancia. Hay que pagar, sí, pero además vigilar.
El tema no es ajeno a la fe cristiana. El papa Francisco con la contundencia con la que se expresa siempre contra el sistema económico imperante ha dicho que eludir impuestos es una «negación de la solidaridad» que, «además de constituir un acto ilegal es un acto que niega la ley básica de la vida: la ayuda recíproca.
– Publicado el 29 de marzo de 2019 en la columna “Religión y vida” de la versión impresa del diario La República.
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