Por P. Deyvi Astudillo

No es propiamente la Iglesia, sino su representante en nuestro país el que ha actuado como mediador en el conflicto que ha enfrentado al Gobierno central con comunidades campesinas de Apurímac. Sin embargo, no cabe duda de que la intervención de Mons. Cabrejos, presidente de la Conferencia Episcopal, en esta controversia, ejemplifica bien la misión que la Iglesia está llamada a asumir cuando un desacuerdo pone en riesgo el bienestar de la gente: la de convertirse en punto de encuentro para la búsqueda del entendimiento.

Ciertamente, el que ante desacuerdos civiles haya que recurrir a la intervención de una institución religiosa no resulta ideal y tampoco habla bien de nuestra sociedad, ya que es el Estado quien debería tener instancias con capacidad para promover acuerdos entre partes en conflicto. Cuántos conflictos sociales se evitarían si nuestras autoridades nacionales y locales actuaran de esta manera. Ahora bien, de cara a la vida de la Iglesia, es importante decir que, aun cuando en sentido estricto no sea su tarea, ella no puede sustraerse de toda oportunidad que le permita promover la paz y la justicia en la vida ciudadana. De allí que para un creyente deba ser natural poner todo de su parte para, desde su fe y en armonía con el orden civil, promover canales de conciliación ante toda forma de conflicto.

Como es natural, desempeñar bien esta misión supone haber hecho el esfuerzo de tener una mirada amplia de la realidad social, así como poseer la cualidad de despertar confianza en los demás. Una buena formación humana y una vida coherente serán siempre nuestros mejores aliados a la hora de hacernos presentes en la vida pública.

– Publicado el día 13 de abril de 2019 en la columna “Religión y vida” de la versión impresa del diario La República.



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