Hace algunas semanas escribí en esta misma sección una columna que evocaba a la figura de las mujeres, la titulé “En memoria de ellas”. En ella, invité a mantener vivo el recuerdo de muchas mujeres que son invisibilizadas por diferentes razones; también recordaba que ese mismo patriarcado nos hacía daño a los varones. Por esa misma razón, desde mi condición de aliado, quisiera hablar a mis congéneres -no hablar por ustedes, compañeras- y poner atención en quienes somos responsables directos del machismo.
Sí, todos los varones hemos sido marcados por el machismo instaurado en nuestros círculos familiares y sociales. Se nos dijo que no debíamos llorar porque “es de chicas” y eso significó hacernos creer que somos superiores, que mostrar debilidad era sinónimo de femenino y que lo femenino era inferior. Se nos hizo cantar el “Arroz con leche”, haciéndonos creer que las mujeres estaban a nuestro servicio y que ello era lo que deberíamos buscar. Se nos enseñó que jugar con carritos o gustar del fútbol era de varones, y que no podíamos barrer o lavar platos. O peor aún, se nos alentó con el ejemplo de nuestros padres o abuelos a callar frente a los adulterios y se nos preguntaba de adolescentes cuántas enamoradas teníamos al mismo tiempo. Hemos crecido diciendo bromas sobre mujeres; se nos dijo que se casan de blanco para que hagan juego con los electrodomésticos, que son un peligro al manejar, que ellas son emocionales mientras que nosotros, racionales. Y así, con una lista enorme de situaciones, se creó una manera de comprender lo masculino asociado al poder, al dominio y al control de las vidas, de los cuerpos y de los sueños de las mujeres. Y cuando ellas empezaron a denunciar todo ello, se les etiquetó con una serie de adjetivos y se intentó deslegitimar sus luchas.
Ellas ya han dicho lo que tenían que decir y siguen haciéndolo de diferentes modos. Pero no son ellas el problema. Somos los varones quienes no asumimos nuestra responsabilidad de lidiar con los muchos prejuicios con los que fuimos formados o, mejor dicho, deformados. Seguimos permitiendo que se insulten mujeres y culpabilizamos a las víctimas; seguimos siendo permisivos con bromas que deberían ser erradicadas y justificamos infantilmente diciendo que se trata solo de humor, no queriendo reconocer que se envían a nuestros cerebros múltiples mensajes que se manifiestan en una forma de comprender la vida nuestra y de las mujeres.
Necesitamos luchar contra esa jerarquización que ha hecho de lo masculino algo superior. La igualdad no es solamente un concepto, es una práctica que exige actitudes y nuevas relaciones económicas y políticas. El patriarcado no viene solo, está aliado con una serie de factores que no permiten el desarrollo pleno: el capitalismo agresivo, el extractivismo indiscriminado, la academia excluyente, las religiones sacrificiales, etc. Todos estos son sus aliados permanentes. La lucha de las mujeres es una lucha contra todos esos colonialismos, por lo que unirnos no es cuestión de moda, es cuestión de justicia.
Hace años, Elizath Jhonson, teóloga a la que ya aludí en mi columna anterior, preguntaba por qué Dios se hizo varón y no mujer. Su respuesta es triste, real y actual: “porque si hubiese sido mujer nadie le hubiese hecho caso”. Fíjense lo complicado de esta situación, que tenemos que esperar que un varón tenga que manifestarse para que otros varones hagan caso, porque cuando dice lo mismo una mujer se le ignora, se le invalida, se le insulta. Esta es una pelea que los varones debemos asumir contra el patriarcado, y ponernos realmente del lado de las víctimas, no como héroes, ni encabezando batallas -hacer aquello sería replicar el mismo estilo patriarcal-, sino haciendo notar con todas nuestras fuerzas ese machismo omnipresente.
Es importante que denunciemos todas esas formas excluyentes, que también se expresan en comportamientos cotidianos y sencillos, micromachismos se les llama, y para combatirles debemos reconocerlos.
Sí, somos machistas cuando decimos cómo deben vestir las mujeres; cuando pensamos que tienen un rol determinado en la sociedad; cuando asumimos que por ser mujeres son menos fuertes; cuando decimos cómo y dónde deben vivir su sexualidad; cuando afirmamos que llorar no es de hombres, cuando no somos empáticos con lo que viven las mujeres; cuando creemos que no deben molestarse por los “piropos”; cuando asumimos que por ser mujeres no comprenden de fútbol o de cualquier otro tema; cuando tratamos a un varón con términos femeninos para insultarles… Sí, somos machistas.
Por eso, amiga, que ahora me lees, sigue cuestionándonos a nosotros, los varones. No calles. Me sumo a tus luchas como aliado y te pido que sigas evidenciando nuestras inconsistencias.Y a ti, amigo, quisiera llamarte a luchar contra esa masculinidad hegemónica que nos ha hecho tanto daño. Que Jesús, el varón libre, nos ayude a vivir nuestras relaciones interpersonales de modo pleno y nos motive a denunciar el patriarcado que extiende sus mil maneras de encubrirse, extenderse y validarse. No seamos cómplices de esta situación de injusticia, sino, más bien, asumamos la responsabilidad de hacernos cargo de los otros varones formándonos y formando en libertad.
Por Enrique Vega-Dávila (Magíster en Teología) y amigas*
*”amigas” porque la reflexión responde a lo que
muchas compañeras feministas me han enseñado.
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