Pareciera que al momento de escribir esta nota se aleja el fantasma de la “vacancia”. Y hasta hubiera claras muestras de que sonaron las “llamadas a las puertas de los cuarteles” –ahora llamadas no físicas, obviamente-. Sí, hemos vivido y, en parte, seguimos viviendo, momentos de mucha incertidumbre e inestabilidad en el país.

No nos ha cogido muy de sorpresa pues el problema ya es viejo: el pulso entre dos de los tres poderes del Estado viene de largo. Lo que sí es nuevo es el descaro con que se ha producido, pareciera que sin sonrojarse siquiera al hacerlo en el contexto de una de las mayores crisis de nuestra historia reciente, la pandemia del coronavirus.

Ya no es un secreto que somos, proporcionalmente, el país más golpeado de la región, que fuimos de los primeros en asumir con coraje y valentía la cuarentena y otras medidas, pero que -en ese pulso con el virus- éste nos tiene aún amenazados con doblegarnos. Como dicen en un último pronunciamiento más de 300 instituciones civilesLa pandemia ha afectado la salud de las y los peruanos, al mismo tiempo que ha producido un escenario doloroso de desempleo, hambre y muerte. Ha evidenciado también las debilidades institucionales del Estado, el carácter perverso de las desigualdades sociales y la situación de violencia estructural que afecta a las poblaciones en mayor desventaja en el país.

Motivo más que suficiente para centrarnos en ello y –como en Fuenteovejuna- “todos a una”, empujando el carro en la dirección contraria al COVID-19. ¿Qué creemos que el Ejecutivo tiene cosas que cambiar, estrategias que corregir o modificar? Hagámoslo con sinceridad y honestidad, buscando unir fuerzas, buscando aportes de unos y otros, tratando de llegar a consensos poniendo –como se ha dicho hasta la saciedad- “al Perú primero”. Y creemos fue lo que hizo hace muy poco la Iglesia Católica, a través de la Conferencia Episcopal Peruana, conocido como el plan “Resucita, Perú, Ahora”, tratando de unir la fe y la ciencia, invitando a sumar fuerzas de la sociedad civil y ofrecerlas al Ejecutivo para, juntos, armar una mejor estrategia para vencer al COVID-19.

Cierto que no hemos visto que el Ejecutivo esté muy abierto a las críticas y dispuesto a acoger esas y otras ofertas, pero eso es siempre criticable y mejorable. Lo que no tiene nombre es el que, estando inmersos en una crisis tan grave, personas y grupos que han sido elegidos por el pueblo, que son pagados por el pueblo para trabajar en favor de él, se dediquen a montarnos tamaña telenovela como si no tuviéramos nada más importante que hacer. Más aún, poner en peligro hasta la estabilidad del país como tal.

Definitivamente, no: el Perú no se merece eso, nos merecemos otra cosa. Y en estos momentos nos merecemos que el Congreso y el Ejecutivo se centren en los problemas importantes que tenemos como país y no en juegos más que peligrosos. Las más de 300 instituciones citadas arriba también lo dicen: Están pendientes la continuación de la reforma del sistema de justicia, el fortalecimiento de la lucha anti-corrupción, así como la urgencia de la reforma total del sistema de salud desbordado y colapsado por la crisis sanitaria. Igualmente, frente al desempleo y pobreza extendidos, urgen cambios que garanticen trabajo digno, la no-discriminación y el respeto irrestricto de los derechos humanos de todas y todos, especialmente de las poblaciones más afectadas por la crisis.

Y de igual manera lo hace la Conferencia de Religiosas y Religiosos del Perú –CONFER- en comunicado reciente: Hacemos un llamado urgente a nuestras autoridades políticas, sobre todo en los Poderes Legislativo y Ejecutivo, elegidas para servir al pueblo con justicia y honestidad, para que cumplan con responsabilidad y sentido patrio el alto encargo que han recibido.

No es que metamos a todos en el mismo saco, no es que creamos que todos son igualmente culpables, no es que digamos que “todos los políticos son corruptos”, no. Pero, en estas circunstancias, por tercera vez, lo decimos: señores congresistas, señores ministros, señor presidente, ¡el Perú se merece otra cosa!

– Artículo escrito para el boletín de análisis “Conectando” del Observatorio Socio Eclesial.



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