Escrito por el p. José María Rojo

Llegué en bus a Piura y, sin pérdida de tiempo, paré la primera mototaxi que pasó. Resultó ser un chulucanense entrador. Pronto me interrogó, supo que era cura, que iba a Chulucanas… y luego me dijo de frente que “monseñor Daniel Turley era un ladrón…porque se había robado el corazón de sus paisanos de Chulucanas”. Como ustedes al leer, también yo me asusté al escuchar la primera mitad de la frase, luego respiré contento ante la chispa del chulucanense. Al bajar de la moto para tomar la “minivan” a Chulucanas le dije: “acuérdese de lo que le digo hoy: también van a querer a monseñor Cristóbal”.

Fue el pasado domingo 15 de Noviembre, cuando en Chulucanas (Piura, norte del Perú), ordenaban como su obispo a nuestro buen amigo Cristóbal, durante muchos años párroco de Cristo El Salvador, la que fuera primera parroquia de Villa El Salvador, en Lima Sur. Presidía la celebración, precisamente, el ya emérito monseñor Daniel Turley. Sí, el que se había robado el corazón de los paisanos del mototaxista de Piura.

Tuve la oportunidad de contarle la anécdota al mismo monseñor Turley y recibir de él –a modo de confirmación de mi profecía- la siguiente confesión: “En los días que Cristóbal lleva por acá ya se ha recorrido toda la diócesis y ha estado dos veces en la zona más pobre, la sierra de Huancabamba, una vez toda una semana entera”.

Se mascaba en el ambiente un doble sentimiento entrecruzado: por un lado, de gratitud a monseñor Turley, pastor muy querido por su testimonio de cercanía y entrega –por muchos años- en aquellas cálidas arenas. Y por otro, felicitación y esperanza ante la llegada del nuevo obispo, monseñor Cristóbal. Éste –después de pasar el coronavirus en Villa El Salvador- se había adelantado unas semanas a ir a Chulucanas para conocer algo de la diócesis que iba a asumir muy pronto.

En plena Plaza de Armas, junto al frontis de la catedral, muchos laicos del lugar, unas cuantas docenas de sacerdotes y diez obispos arropaban al que estaba siendo ordenado y sería, desde ese día, obispo y pastor de los cuatro distritos de esa diócesis: Ayabaca, Morropón, Huancabamba y el propio Chulucanas. Con buen humor, al dar las gracias al final, nos dijo a todos: “Aún no sé por qué me han hecho obispo de Chulucanas, tal vez porque soy un cholo con canas…”. Natural de Carhuaz, en el Callejón de Huaylas, el “Cholo Cristóbal”, comenzaba a robarse el corazón de la gente.

Y es que si en algo destacó siempre Cristóbal fue en su cualidad de pastor: andariego permanente, gustó de recorrer una y mil veces las calles de su parroquia, de mezclarse con todos, de saborear todos los platos –me consta, en su casa nunca faltaba la comida serrana- y de querer y dejarse querer.

No es de extrañar que, en todo momento, se hizo notar la “gran barra” de Lima Sur, especialmente de Villa El Salvador, que había hecho ese largo recorrido para acompañar a “su Padre Cristóbal” en su estreno oficial de obispo. Creo no hace falta decirlo, todos lo respiramos: los dos pastores, Daniel Turley y Cristóbal Mejía, nacidos en países y lugares tan distintos (EE UU y Perú), tienen el mismo olor, el que el papa Francisco definió como “olor a oveja”.



Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.