Por P. José María Rojo, sacerdote de la Diócesis de Lurín
Muy difícil tratar de poner por escrito algo de lo que estamos viviendo en Perú a partir del día 6 de junio, cuando se realizaron las elecciones en su segunda vuelta. Trataré, no obstante, de escribir algo.
Las primeras voces de alarma sonaron la misma noche del 6 cuando la empresa IPSOS, en el “conteo rápido”, dio como ganador al maestro de primaria, candidato de Perú Libre, Pedro Castillo. La reacción normal hubiera sido: “Esperemos los resultados oficiales y definitivos de la ONPE y que ambos contendientes acaten los resultados”. Es lo que debe suceder y lo que normalmente sucede.
La señora Keiko Fujimori y quienes están detrás de ella nunca hicieron eso y más bien, desde el primer momento, empezaron a soltar bulos por las redes y en la calle alentando la posibilidad de que se voltearan los resultados (ciertamente confiaban que los votos del extranjero -muchos menos de los esperados- les favorecieran lo suficiente para ello).
Desde entonces han seguido alargando y alargando el que las autoridades electorales puedan dar resultados finales usando múltiples estrategias para ello. La más larga y absurda es el declarar que el partido Perú Posible realizó un fraude sistemático obligando a revisar actas y más actas (pidiendo anularlas con cualquier excusa, allá donde ganó Castillo porque esa gente “no sabe leer, ni escribir ni sumar”).
¿Alguien puede creer que la candidatura más al margen del gobierno, sin poder económico, político, legal, de marketing, ni mediático es la que pueda realizar un fraude a gran escala? Y los observadores internacionales que declararon, en consenso, que las elecciones habían sido totalmente normales. ¿No vieron ni observaron el fraude? Una de dos: o el señor Castillo y su partido son omnipotentes y en un plazo muy breve se “compraron” a todos los observadores o estos eran tontos y se pasaron ese día tomando pisco sour sin ver nada. En cualquier caso, lo del fraude es un insulto no solo a los votantes peruanos sino a los observadores internacionales.
Ahora se escuchan voces más alarmistas aún: que estaría preparado -a nivel nacional e internacional- todo un aparato para declarar ganadora a Keiko Fujimori (imposible con los votos en la mano) y, ante la que se armaría, controlar militarmente el país e impedir que “un simple maestro de primaria pueda ser el presidente del país” (peor aún si es tildado de “comunista y terrorista”).
Nos parece demasiado gorda la cosa para ser realizada, pero las alarmas que han saltado hoy, jueves 17 de junio, en algún medio de prensa serio, así como otros informes de dentro y de fuera del país, nos hacen temer lo peor: que no sería sólo el provocar sistemáticamente a “los ganadores” para que se harten y realicen violencia que justifique intervención.
Dos cosas para terminar:
1) Estamos en una sociedad demasiado acostumbrada a hacer y deshacer a su gusto, marginando totalmente a todo ese país (mucho más de la mitad geográficamente) que votó masivamente por P. Castillo, sin hacer caso ni al terruqueo y otros miedos, ni a amenazas, ni dádivas electoreras. Y es obvio que no se resigna a “perder el poder”, dispuesta a utilizar todos los medios -legales e ilegales- para retenerlo.
2) A mí, como sacerdote, me preocupa la actitud de la “Iglesia oficial”. Antes de las elecciones sacó un comunicado con criterios para la votación, pero -en el contexto- se parcializaba pues, al condenar primero al “comunismo” (en la campaña todos los días un lado acusaba al otro de comunista) y en segundo lugar al “capitalismo salvaje” (nadie lo mencionaba así en la campaña y ¿quién puede decir si la otra opción era solo capitalismo o capitalismo salvaje?) los más sencillos lo que captaba era que “la iglesia estaba contra el comunismo de Castillo”.
Y ahora, tras las elecciones, ninguna voz se ha alzado exigiendo respeto al voto popular, cese de la provocación, no uso de recursos exagerados… es decir ACEPTACION DE LOS RESULTADOS Y ANIMACION A COLABORAR CRITICAMENTE con el nuevo gobierno. Ninguna o casi ninguna. Puedo equivocarme, pero pienso que en la iglesia -oficial y en general- son muchos más los que hubieran deseado que ganara la otra opción aunque la corrupción y el delito afectaran abiertamente a muchos de sus candidatos.
Deja una respuesta